Por favor, no me dejes envejecer a solas
con el amargo fruto del árbol de tu ausencia
como única comida, llenando los pucheros,
el salón y la alcoba de vinagres y lágrimas.
Si tus ojos dejaran de mirarme,
no sólo perdería la sonrisa
en un vaivén de flores en el agua,
también el remolino tragaría
mis ojos diluidos, mis facciones
y hasta mi identidad hecha pedazos.
Por favor, no me dejes. Envejecer a solas
me da miedo. Sin tu luz, la implacable ceguera
de la noche, donde emboscada espera
la muerte indiferente, me acabará engullendo.
No me dejes, sol mío, cuando llegue el invierno
y la escarcha y las sombras aniden en mi mente.
No permitas, amor, que los fantasmas
llenen la casa y las alfombras. Temo
irme quedando fría con sus besos,
temblorosa y confusa hasta olvidar tu nombre.
¡Ay, amor!, olvidaba que te fuiste hace tiempo,
y que estoy sola y vieja, con la muerte
enroscada a mis pies como un perro.
(De "Terrenal y marina")
viernes, 30 de julio de 2010
martes, 20 de julio de 2010
MORITURI
A Pier Paolo Pasolini, muerto a palos
y enlodado por los hijos de la noche.
Esperad, antes de que me golpeéis
quiero advertiros, hijos de la noche,
implacables ángeles de las sombras,
que sé llorar en todos los idiomas.
En francés he gemido, con éxito notable,
en el Barrio Latino y en el andén del metro,
en tiempos de Ben Bella, de De Gaulle y Bumediam.
Al pie del Vaticano y en las playas de Ostia
he llorado -en italiano, claro- a un cristo
sucio de sangre y barro, de voz insobornable.
Y en Wall Street, en Bowaris y en Harlem,
acosada por millares de espectros,
hombres sacrificados al dios Dólar,
mis lamentos han sido en un yanqui perfecto.
Asombraos, también sé gemir en griego antiguo.
Lo he probado en el Ágora ateniense,
mientras el tren pasaba desdeñoso
y se tambaleaban los cimientos
del templo de Teseo.
Y también he llorado en el Pireo,
junto a un sarnoso can apaleado.
Pero lloro mejor en castellano,
en esta hermosa lengua, que es mi idioma,
rizo el rizo del grito y el lamento,
y no es por presumir de virtuosa
que me ha costado sangre el aprenderlo.
Antes de golpearme, ahora que estáis a tiempo,
decidme, azules criaturas de la muerte,
¿qué idioma preferís para el recreo?
(Del libro "El don desapacible")
y enlodado por los hijos de la noche.
Esperad, antes de que me golpeéis
quiero advertiros, hijos de la noche,
implacables ángeles de las sombras,
que sé llorar en todos los idiomas.
En francés he gemido, con éxito notable,
en el Barrio Latino y en el andén del metro,
en tiempos de Ben Bella, de De Gaulle y Bumediam.
Al pie del Vaticano y en las playas de Ostia
he llorado -en italiano, claro- a un cristo
sucio de sangre y barro, de voz insobornable.
Y en Wall Street, en Bowaris y en Harlem,
acosada por millares de espectros,
hombres sacrificados al dios Dólar,
mis lamentos han sido en un yanqui perfecto.
Asombraos, también sé gemir en griego antiguo.
Lo he probado en el Ágora ateniense,
mientras el tren pasaba desdeñoso
y se tambaleaban los cimientos
del templo de Teseo.
Y también he llorado en el Pireo,
junto a un sarnoso can apaleado.
Pero lloro mejor en castellano,
en esta hermosa lengua, que es mi idioma,
rizo el rizo del grito y el lamento,
y no es por presumir de virtuosa
que me ha costado sangre el aprenderlo.
Antes de golpearme, ahora que estáis a tiempo,
decidme, azules criaturas de la muerte,
¿qué idioma preferís para el recreo?
(Del libro "El don desapacible")
viernes, 9 de julio de 2010
EL DIABLO
A menudo te hablo de mi hastío,
te vomito tu vino miserable,
tus mentiras, y me quejo de tus cobardías.
Déjame, en cambio, ahora decirte que te amo,
porque he visto al diablo y tengo miedo.
¡Oh, Dios, qué bello y dulce es el diablo!
En sus ojos, hermosos como lagos del Norte,
me he visto reflejada, cual un rayo de luna,
y he recuperado la inocencia
de radiante muchacha, abierta al viento
su blanca risa y su vestido blanco.
Sus manos me han mostrado la belleza de mi piel.
¡Ay, sus manos de ascuas y jacintos!,
que han dejado un incendio de avispas en mis venas
y una flor de libertad herida en mi costado.
En su risa indomable de campana,
donde relampaguea la luz del universo,
ha quedado atrapada mi alegría.
Mas sé que era el diablo, que quería
tentarme con sus oros de ángel libre
y arrancarte de mí, puñal experto
que tapona la sangre de mi herida,
borrarte como un número de tiza.
A ti, mi dueño de sedienta boca,
implacable señor de mis tinieblas,
mi dios pequeño pero cruel como Dios mismo.
(De "El don desapacible", cap.I, "Del amor y sus frutos amargos")
te vomito tu vino miserable,
tus mentiras, y me quejo de tus cobardías.
Déjame, en cambio, ahora decirte que te amo,
porque he visto al diablo y tengo miedo.
¡Oh, Dios, qué bello y dulce es el diablo!
En sus ojos, hermosos como lagos del Norte,
me he visto reflejada, cual un rayo de luna,
y he recuperado la inocencia
de radiante muchacha, abierta al viento
su blanca risa y su vestido blanco.
Sus manos me han mostrado la belleza de mi piel.
¡Ay, sus manos de ascuas y jacintos!,
que han dejado un incendio de avispas en mis venas
y una flor de libertad herida en mi costado.
En su risa indomable de campana,
donde relampaguea la luz del universo,
ha quedado atrapada mi alegría.
Mas sé que era el diablo, que quería
tentarme con sus oros de ángel libre
y arrancarte de mí, puñal experto
que tapona la sangre de mi herida,
borrarte como un número de tiza.
A ti, mi dueño de sedienta boca,
implacable señor de mis tinieblas,
mi dios pequeño pero cruel como Dios mismo.
(De "El don desapacible", cap.I, "Del amor y sus frutos amargos")
Suscribirse a:
Entradas (Atom)