Madre, detén tu pavorosa huida.
Esa reseca sombra que te sigue
pegada al mástl desvencijado de tus huesos;
esa mujer vencida, tatuada de borrones
y agujeros, a quien hostil espías
en las sombras de la afilada noche,
soy yo, madre, la niña de las trenzas
a la que tú vestías de comunión
aquella azul mañana de seda prodigiosa.
Luz de mi infancia antigua, soleada sonrisa
donde cabía toda la primavera, nido
virante donde el verbo cuajó y tomó carne:
pan, agua, amor, mamá. ¡Mírame, madre!,
soy tu niña. No me huyas ni me odies
por seguir tu camino y acumulaar
gusanos en el pelo en vez de mariposas.
Deténte, sentémonos a hablar como hace años,
en la ladera de esta atroz pendiente
por la que avanzas ciega, en desigual carrera
con la muerte en la que yo te sigo
dócilmente. Démonos una tregua
en el tiempo sin prisa que nos queda.
Déjame reposar en tu regazo,
altar mayor de la ternura huésped,
con tierno olor a hornada de pan blanco.
Torre carnal donde brotó
la fuente de la vida a la que me remonto,
dame refugio, aunque sea un instante,
en la ventana abierta de tus brazos
por los que vislumbré la luz primera.
Lo ves, madre, no han pasado los años.
Estamos tú yo solas en la sala,
tu coses y yo intento resolver un problema
(¿recuerdas qué torpe era
para las matemáticas?) A punto de caer,
la tarde está colgando de una rama,
y de súbito siento tu mirada.
Rescoldo enrojecido, pulpa del mismo fuego,
el sol brilla al oeste de tus ojos
en la más dulce puesta de sol que nunca he visto,
y me convoca a un futuro de mieles
que no alcanzo, de secreto y lejano.
Me miras y casi no me ves, me estás soñando.
¡¿Qué sueñas, madre, que te hace sonreír?
No me odies por no estar a la altura
de tu sueño. La vida, deberías saberlo,
no es el cuento de hadas que inventaste
para mí y que las dos acabamos creyendo.
Es la fiebre amarilla en la cometa
que no puede remontar el vuelo. Un naufragio
de estrellas, que el mar apaga y torna simples piedras.
Sólo soy piedra, madre, despojo del naufragio
vomitado a la playa, astro apagado y yerto.
Quiéreme como soy,
no añadas tu desdén a mis escombros.
Déjame andar contigo de la mano
el resto de camino que nos queda.
Rasga los hilos de tu infiel memoria
y reconóceme en mi amargura.
Mírame como aquella mañana de pájaros
y seda, de un Dios casi veraz en la armonia
de nuestro amor. Aventa las cenizas
y reaviva el rescoldo; aún tienes en las manos
el don de renacerme. Madre mía,
conjurémonos contra la muerte atroz.
(De "El don desapacible" cap. "Oficio de cenizas")
lunes, 30 de agosto de 2010
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Un poema que me impactó por razones personales que no vienen ahora ala caso. Lo vuelvo a leer ahora y siento el mismo desasosiego, la misma identificación con el sentido profundo de estos versos.
ResponderEliminarQue la vida nos lleva, Elvira, que es tu vida la que está en el poema y es la vida de tantos: tu poesía siempre es como de todos, ahí su grandeza.
Bss
El lamento desgarrador de tus versos me ha contagiado de un triste y dulce recuerdo, quizá porque es mi lamento cotidiano desde hace diez años, añorando de abrazar nuevamente mi madre.
ResponderEliminarGracias Elvira por regalarnos tanta belleza.
Un abrazo.
Leo
Ese deseo que persigue toda la vida, su regazo, su mirada de aprobación, a pesar de todo, ese amor incondicional, tan immensamente añorado.
ResponderEliminarTierno y desgarrado a la vez...!!!
Que buena forma de escribir, de expresar tanto.
Un abrazo Elvira Daudet
No sé cuántas veces lo he leído, queridísima Elvira, pero te diré una cosa, me cuesta llegar al final, los sentimientos encontrados que me provocan estos versos se me anudan en la garganta y antes de terminar he de comenzar a tragar dolor y lágrimas. Me disecciona las entrañas y hay dos versos que se me clavan:
ResponderEliminar"Quiéreme como soy,
no añadas tu desdén a mis escombros"
Ya lo sabes, te admiro y te quiero.
Desgarradora charla,
ResponderEliminarque emociona que atrapa,
un sueño de madre
con fuego de renacer.
Un lujo de poema.
Con tu permiso
lo leeré más veces.
Un fuerte abrazo
Maravillosas palabras Elvira. Mientras te leía pensaba qué hermoso sería borrar el tiempo de un plumazo y poder volver a los brazos de nuestras madres cada vez que necesitemos consuelo y refugio. En el fondo, por muchos años que cumplamos, todos somos siempre niños y necesitamos que nos arrullen.
ResponderEliminarMe alegra volver a tu casa después de estas semanas de ausencia.
Un abrazo.
Creo que esa madre tiene el don de poder renacer de las cenizas aquellas trenzas, aquel día que vestía de comunión a su niña una mañana de seda prodigiosa. Creo que es el la luz perfecta para mirarse en el ocaso de los días que caen como van cayendo las hojas en el otoño. Creo que basta cerrar los ojos para poder sentir ese olor a pan recién horneado y esas manos llenas de ternura, acariciando las heridas de la vida, como acaraciaba su costura.
ResponderEliminarUn poema para todos los que conocen el amor de una madre. Maravilloso poema donde encontrar el consuelo de lo inevitable.
Espero verte mañana con esa luz propia con la que brillas.
Un abrazo.
No se como decirlo Elvira en el afán por alcanzar la máxima expresividad posible, es un poema que me emociona, que me pone frente a frente con mis memorias y que tiene versos para atesorar y si uno tuviese el espíritu de Salieri, para apropiarselos : "la tarde esta colgando de una rama" es algo que hubiese querido escribir, pero llegaste primero ;), puede que parezca trivial el verso al lado del vibrante contenido del poema, pero ese (entre otros) por su sencillez y su delicada metáfora, me ha dejado cautivado.
ResponderEliminarNecesariamente debo repetirlo, leerte es una lección de poesía que no se puede ni debe postergar.
Todo mi afecto, estimadisima amiga y muchas gracias por tener el privilegio de poder contar con este espacio que nos brindas.
Sigo aprendiendo, querida Elvira, con aquella niña de trenzas, con esta Maga de versos existentes.
ResponderEliminarSi la fusión de las lágrimas que mojan el teclado y las sonrisas que llegan un instante después tuvieran voz para decirte lo que sienten...
Un beso gordo.