Paréntesis de oros y efímera alegría,
el verano desgrana
su sinfonía estridente de colores y gritos.
En la playa
la arena da sus frutos desmayados:
cuerpos donde el dios sol se glorifica
y los adolescentes aprenden geometría.
Desbordados fardos de fatigadas bestias,
carne cruda y rojiza, desollados desnudos,
huesos blancos de sepia se enfrentan a Afrodita,
como a un cruel espejo,
mientras arden, como ninots, los sueños.
Rebozados de arena,
van y vienen los niños con sus cubos,
empecinados en vaciar el mar.
Y en medio de la fiesta de risas y cervezas,
sorteando sin mirar
los cuerpos en la arena abandonados,
un hombre sudoroso, vestido hasta las cejas
y cargado de alfombras orientales,
se abre paso y ofrece, príncipe del absurdo,
su inútil mercancía a los bañistas.
En sus dóciles ojos, que a mirar no se atreven,
se asoma, como un rayo, un resplandor remoto,
una mezcla de hierro, orgullo y gloria.
El guerrero que conquistó el milagro
de Málaga la bella y aumentó sus tesoros,
regresa hoy vencido a su ciudad coronada
de torres vegetales regadas por tres ríos,
ganada por la arena y el cemento.
Siglos de humillación recorren su memoria,
una larga cadena de dolor, lunas, soles,
inviernos, que Abd al' Azïz arrastra resignado
mientras reza: "tan sólo Alá es grande"
(Del libro inédito "Laberinto Carnal")
sábado, 27 de noviembre de 2010
jueves, 18 de noviembre de 2010
NO ERA INÚTIL, MIGUEL
"Para la libertad sangro, lucho, pervivo"
-Miguel Hernández-
Ya desde muy temprano me enseñaron tus versos clandestinos.
Cuando la libertad era un delito y pronunciar tan hermosa palabra
podía conducirte a la prisión, pensaba: "Pobre Miguel, si hubieras intuido
lo que nos esperaba al doblar tú la esquina envenenada de la vida"
Y se me atragantaba la libertad perdida, lo mismo que una estrella
de cristal astillada, que abandoné en tu boca como un último beso
royéndote la lengua y las encías.
Ay, España, ¿qué fue de tus poetas, los más puros brillantes
que hubo en corona alguna?, ¿qué hiciste con su sangre, con sus huesos?
Y la pena me estallaba por dentro, llanto y trueno, al recordar
tu limpia vida inútil, malgastada. Inútiles tu sueño, tu esperanza,
tu sangre, vuestra sangre, derramada. Y también tu palabra,
tus versos militantes, porque, ay, la libertad fue enterrada contigo,
vencido y humillado contigo todo el pueblo, desangrado por la herida terrible
de la mitad de España amputada de cuajo, de un cuerpo que fue hermoso.
Y millares de espectros, escondidos entre las pocas piedras que quedaron
en pie, como muñones de los muros que fueron arrastrados
por la crecida de la sangre, tus hermanos.
Fuimos los herederos de tu sueño cadavéricos niños, atacados
por la tisis, el tifus, la pelagra y el odio, comidos por el miedo y la miseria,
y sin nada que comer; peritos en prisiones y astucias para sobrevivir.
Durante mucho tiempo me ha amargado tu muerte, vuestra muerte, por inútil.
Menos mal, me decía, que la muerte es eterna y no pueden volver en un permiso
a contemplar la vida de los seres que amaron. Me preguntaba si en algún momento
al descubrir que la guerra iba en serio, obscenamente en serio,
al mirar a la muerte cara a cara en el campo de batalla,
al brindar tu carne vegetal al cirujano, o cuando exangüe, espuma a espuma,
te escapabas de la prisión, la duda te clavó su diente venenoso.
Quizá al verte doblemente vencido, desguazado, en la nata de pena
de los ojos de la mujer que amabas, al sellar la esperaza
de jugar con tu hijo a cazar grillos, te preguntaste si no sería inútil también tú,
si valía la pena penar tanto por ese pez de plata escurridizo
con el que te llenabas tú la hambrienta boca.
Hoy sé, Miguel, que no era inútil.
La libertad enterrada no se pudrió, protegida por la tierra empapada
con la sangre, la tuya y la de tantos, demasiados.
Vuestra sangre comienza a germinar en hombres nuevos
que gritan libertad como en aquel verano violento, pero esta vez sin ira.
Tu corazón, helado en varios tomos, vuelve a latir en los pulsos más nobles.
Vuelve la vida a restañar la herida de la muerte y las cuencas vacías
se han llenado de piedras luminosas abiertas al futuro, incierto pero hermoso.
Gracias a ti, a vosotros, España resucita ya completa.
Los gritos de los niños, que juegan en el parque mientras sus padres votan,
de nuevo en democracia, me han hecho recordarte y comprender.
No era inútil, Miguel, descansa en paz.
Madrid,15 de junio 1977
-Miguel Hernández-
Ya desde muy temprano me enseñaron tus versos clandestinos.
Cuando la libertad era un delito y pronunciar tan hermosa palabra
podía conducirte a la prisión, pensaba: "Pobre Miguel, si hubieras intuido
lo que nos esperaba al doblar tú la esquina envenenada de la vida"
Y se me atragantaba la libertad perdida, lo mismo que una estrella
de cristal astillada, que abandoné en tu boca como un último beso
royéndote la lengua y las encías.
Ay, España, ¿qué fue de tus poetas, los más puros brillantes
que hubo en corona alguna?, ¿qué hiciste con su sangre, con sus huesos?
Y la pena me estallaba por dentro, llanto y trueno, al recordar
tu limpia vida inútil, malgastada. Inútiles tu sueño, tu esperanza,
tu sangre, vuestra sangre, derramada. Y también tu palabra,
tus versos militantes, porque, ay, la libertad fue enterrada contigo,
vencido y humillado contigo todo el pueblo, desangrado por la herida terrible
de la mitad de España amputada de cuajo, de un cuerpo que fue hermoso.
Y millares de espectros, escondidos entre las pocas piedras que quedaron
en pie, como muñones de los muros que fueron arrastrados
por la crecida de la sangre, tus hermanos.
Fuimos los herederos de tu sueño cadavéricos niños, atacados
por la tisis, el tifus, la pelagra y el odio, comidos por el miedo y la miseria,
y sin nada que comer; peritos en prisiones y astucias para sobrevivir.
Durante mucho tiempo me ha amargado tu muerte, vuestra muerte, por inútil.
Menos mal, me decía, que la muerte es eterna y no pueden volver en un permiso
a contemplar la vida de los seres que amaron. Me preguntaba si en algún momento
al descubrir que la guerra iba en serio, obscenamente en serio,
al mirar a la muerte cara a cara en el campo de batalla,
al brindar tu carne vegetal al cirujano, o cuando exangüe, espuma a espuma,
te escapabas de la prisión, la duda te clavó su diente venenoso.
Quizá al verte doblemente vencido, desguazado, en la nata de pena
de los ojos de la mujer que amabas, al sellar la esperaza
de jugar con tu hijo a cazar grillos, te preguntaste si no sería inútil también tú,
si valía la pena penar tanto por ese pez de plata escurridizo
con el que te llenabas tú la hambrienta boca.
Hoy sé, Miguel, que no era inútil.
La libertad enterrada no se pudrió, protegida por la tierra empapada
con la sangre, la tuya y la de tantos, demasiados.
Vuestra sangre comienza a germinar en hombres nuevos
que gritan libertad como en aquel verano violento, pero esta vez sin ira.
Tu corazón, helado en varios tomos, vuelve a latir en los pulsos más nobles.
Vuelve la vida a restañar la herida de la muerte y las cuencas vacías
se han llenado de piedras luminosas abiertas al futuro, incierto pero hermoso.
Gracias a ti, a vosotros, España resucita ya completa.
Los gritos de los niños, que juegan en el parque mientras sus padres votan,
de nuevo en democracia, me han hecho recordarte y comprender.
No era inútil, Miguel, descansa en paz.
Madrid,15 de junio 1977
miércoles, 10 de noviembre de 2010
EL TRAJE DE OTRO
Si me vais a juzgar, tened en cuenta
que mi vida nunca fue cosa mía.
Este sutil tejido de arañas indolentes,
lleno de nudos, rotos y agujeros,
esta vida de harapos, que me cuelgan
y arrastro por la tierra como un traje
que no me pertenece, no la quiero,
aunque sea la única que tengo.
Siempre fue grande o chica, nunca fue de mi talla
ni la vida que me correspondía,
y adaptarme no pude a sus hechuras.
De niña, la vida que me dieron era enorme
para tan corto cuerpo; me quedaba muy grande.
Con la guerra perdida vine al mundo,
aún antes de nacer ya había perdido
y sólo por nacer ya fui culpable.
Sin ángel de la guarda, extraviado
en la enorme confusión o quizá en el exilio,
apenas vi la luz me hicieron presa
en un campo de miel y de naranjas.
¿Quién dijo que no pueden poner rejas al campo?
Rejas al campo aquel pusieron para mí. Lo sé
en las cicatrices aunque no en la memoria.
Luego fue el juego familiar de cárcel a penal,
en vez del de la oca,
en un ir y venir, ensoñecida,
y con el miedo de no reconocer
a mi preso entre los otros presos.
Después vino el hallazgo de aquel muerto
nacido en los trigales con los ojos abiertos
y sus flores de sangre por chaleco.
Malditos años tiernos de rejas, sangre y fuego.
Me desbordó la vida ya en la infancia,
y de joven mantuve la distancia con ella,
que me dotó de un cuerpo
que no correspondía a mi pobreza.
De nuevo me estafó con el señuelo del amor,
y otra vez presa y derrotada fui,
acunando la muerte entre mis brazos.
No merecí la vida que me dieron.
Tenedlo bien en cuenta
cuando mi caso llegue a vuestras manos.
Si me vais a juzgar por esta mueca de verdín
que devoró mi risa de muchacha,
llamad como testigos a los niños
que mueren sin haber conocido la sonrisa.
Pavoroso cortejo de espectros diminutos,
adornado de un enjambre insaciable
de moscas esmeraldas; cuerpecillos
donde se ensañan todas las miserias
y la muerte atesora sus larvas destructoras;
con el único oficio del dolor desmedido
que albergan como templos del dios cruel,
sensible a la belleza de los lirios
mas sin piedad hacia sus criaturas.
Si me vais a juzgar por las palabras,
ácidas verdades que me han quemado los labios
y corroído mis ojos y mi corazón
antes de que mis manos las gritaran,
llamad en mi defensa a los malditos:
presos, locos, gitanos y todos los que sufren
hambre y sed de justicia. Tal vez ellos,
tan desdichados, puedan perdonarme.
(Del libro "El don desapacible")
que mi vida nunca fue cosa mía.
Este sutil tejido de arañas indolentes,
lleno de nudos, rotos y agujeros,
esta vida de harapos, que me cuelgan
y arrastro por la tierra como un traje
que no me pertenece, no la quiero,
aunque sea la única que tengo.
Siempre fue grande o chica, nunca fue de mi talla
ni la vida que me correspondía,
y adaptarme no pude a sus hechuras.
De niña, la vida que me dieron era enorme
para tan corto cuerpo; me quedaba muy grande.
Con la guerra perdida vine al mundo,
aún antes de nacer ya había perdido
y sólo por nacer ya fui culpable.
Sin ángel de la guarda, extraviado
en la enorme confusión o quizá en el exilio,
apenas vi la luz me hicieron presa
en un campo de miel y de naranjas.
¿Quién dijo que no pueden poner rejas al campo?
Rejas al campo aquel pusieron para mí. Lo sé
en las cicatrices aunque no en la memoria.
Luego fue el juego familiar de cárcel a penal,
en vez del de la oca,
en un ir y venir, ensoñecida,
y con el miedo de no reconocer
a mi preso entre los otros presos.
Después vino el hallazgo de aquel muerto
nacido en los trigales con los ojos abiertos
y sus flores de sangre por chaleco.
Malditos años tiernos de rejas, sangre y fuego.
Me desbordó la vida ya en la infancia,
y de joven mantuve la distancia con ella,
que me dotó de un cuerpo
que no correspondía a mi pobreza.
De nuevo me estafó con el señuelo del amor,
y otra vez presa y derrotada fui,
acunando la muerte entre mis brazos.
No merecí la vida que me dieron.
Tenedlo bien en cuenta
cuando mi caso llegue a vuestras manos.
Si me vais a juzgar por esta mueca de verdín
que devoró mi risa de muchacha,
llamad como testigos a los niños
que mueren sin haber conocido la sonrisa.
Pavoroso cortejo de espectros diminutos,
adornado de un enjambre insaciable
de moscas esmeraldas; cuerpecillos
donde se ensañan todas las miserias
y la muerte atesora sus larvas destructoras;
con el único oficio del dolor desmedido
que albergan como templos del dios cruel,
sensible a la belleza de los lirios
mas sin piedad hacia sus criaturas.
Si me vais a juzgar por las palabras,
ácidas verdades que me han quemado los labios
y corroído mis ojos y mi corazón
antes de que mis manos las gritaran,
llamad en mi defensa a los malditos:
presos, locos, gitanos y todos los que sufren
hambre y sed de justicia. Tal vez ellos,
tan desdichados, puedan perdonarme.
(Del libro "El don desapacible")
viernes, 5 de noviembre de 2010
PALABRAS PARA UN SPOT DE TVE
No me hagas daño, amor, porque me duele
que seas tú, a quien amo como nadie amó nunca,
el que me parte el alma cada día,
sin que te apiade ver como me deja
el vino que conviertes en mi sangre.
Destrozada en el suelo,
como un plato de loza hecho pedazos,
sin dignidad ni luz en la mirada;
un montón de basura abandonada.
Fría como una muerta, que aún respira
con el fin de maldecir haber nacido un día
para albergar la pena incontenible
que tu presencia amada siempre deja.
(Del libro "Laberinto carnal")
que seas tú, a quien amo como nadie amó nunca,
el que me parte el alma cada día,
sin que te apiade ver como me deja
el vino que conviertes en mi sangre.
Destrozada en el suelo,
como un plato de loza hecho pedazos,
sin dignidad ni luz en la mirada;
un montón de basura abandonada.
Fría como una muerta, que aún respira
con el fin de maldecir haber nacido un día
para albergar la pena incontenible
que tu presencia amada siempre deja.
(Del libro "Laberinto carnal")
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